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Prohibido prohibir: educación, autoridad y límites

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Prohibimos para proteger, educar o corregir… e incluso para evitar que los/as peques hagan cosas que nos “molestan”. Establecer límites es necesario para educar, pero a la hora de prohibir a veces nos equivocamos y perjudicamos sin querer el desarrollo de nuestros/as hijos/as.

¿Por qué prohibimos para educar?

Los adultos prohibimos constantemente a nuestros semejantes hacer cosas para mantener el equilibrio entre derechos y libertades. Vivir en sociedad implica aceptar normas cuyo incumplimiento conlleva sanciones y castigos (multas económicas e incluso privaciones de libertad) con el fin de mantener el bienestar común.

Tenemos tan interiorizado este sistema de leyes y penalizaciones, y estamos tan acostumbrados a él, que a menudo y sin darnos cuenta, trasladamos los sistemas punitivos a la educación de nuestros/as hijos/as para reafirmar nuestra autoridad sobre ellos/as.

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El problema de basar nuestro sistema educacional en prohibiciones y castigos es que muchas veces no somos conscientes de lo mucho que perjudicamos el desarrollo, la autoestima y la autonomía de nuestros/as pequeños/as.

Establecer límites con respeto

Los límites y las normas son necesarios, pero sin pasarse. Son necesarios para el bienestar y la seguridad de los/as niños/as, pero siempre que sean límites respetuosos. Solo así pueden crecer, aprender y relacionarse con los demás y con el medio de forma adecuada y saludable. Hemos de tener cuidado con el exceso de cosas que les prohibimos hacer.

Equivocarse

A nadie le gusta que le regañen y griten cuando se equivoca. Equivocarse es de humanos. Los niños/as están en pleno proceso de aprendizaje. No les van a salir las cosas bien siempre ni a la primera. Lo importante es que se sientan motivados para seguir intentándolo.

Los/as peques se frustran muchísimo cuando no les salen bien las cosas, lo que menos necesitan en ese momento es que les reprendamos por ello y les hagamos sentir torpes. Es importante tener paciencia y empatía para darles el tiempo y las pautas necesarias para mejorar en todas aquellas tareas y actividades que, aunque sencillas para nosotros/as, para ellos/as son todo un reto todavía.

Llorar

Tenemos que deshacernos del «no llores más» y el «deja de llorar» para siempre. Este tipo de frases solo enseñan que llorar es malo. ¡Y no es así! Exteriorizar emociones siempre es bueno y llorar sirve para desahogarnos. Las personas lloramos por muchos motivos: pena, ira, dolor… pero también lloramos de alegría y felicidad.

Todas las emociones tienen su función, tanto las positivas como las negativas, y debemos validarlas. Si cada vez que lloran les regañamos, comenzarán a reprimir sus emociones y se convertirán en adultos disfuncionales.

Hacer preguntas, expresar su opinión, decir «no» o llevar la contraria

Los/as niños/as son curiosos por naturaleza y son una fuente interminable de miles de preguntas acerca de todo. Preguntan el porqué de cada cosa y es cierto que a veces esto puedo resultar irritante y agotador, pero nunca debemos ignorarles, pedirles que se callen o no contestarles. 

Tampoco debemos responder con mentiras, fantasías o evasivas, porque eso es lo que les estaremos enseñando a hacer el día de mañana; cuando sean adolescentes, por ejemplo. Siempre debemos intentar dar la respuesta más sencilla y honesta posible. La comunicación abierta y sincera sienta las bases de nuestro vínculo con ellos y de su desarrollo afectivo.

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De la misma forma, como son pequeños/as y «no saben nada», a menudo no les damos voz ni voto para expresar sus propios pensamientos y deseos. De esta forma, estamos fomentando que crezcan pensando que no merece la pena expresar sus opiniones porque o no son valiosas, o no son tenidas en cuenta. ¡Y ellos/as también son miembros de la familia!

Lo mismo sucede con decir «no» o llevar la contraria. Los niños y las niñas desobedecen a menudo y casi nunca es porque quieran retarnos. Ser obediente no es lo mismo que ser sumiso. Aunque seamos nosotros/as quienes marquemos las normas y establezcamos los límites por su propio bien, es importante la forma en que comunicamos dichas normas y límites, cómo las establecemos y de qué manera se las explicamos.

Separación responsable

También lo es dejar un margen para la negociación. Nuestros/as hijos/as son un miembro más de la familia con voz y voto. Frases como «porque lo digo yo y punto» les convierten en sumisos y conformistas. 

Es importante buscar el equilibrio y dejarles espacio para poder expresarse y comunicar lo que sienten, les parece, no les parece, quieren o no quieren hacer. Educarles en una sana desobediencia es vital para su desarrollo personal.

Tener secretos o querer estar o hacer cosas solos

Es muy natural que los/as niños/as quieran poner a prueba y practicar sus habilidades haciendo cosas por sí mismos/as. Solo así podrán ir siendo cada vez más capaces, funcionales y autónomos.

Hacer las cosas por ellos/as no es una opción. Acudir siempre en su rescate tampoco. La alternativa es preguntarles si necesitan ayuda y no intervenir en caso contrario, a no ser que la actividad les ponga en peligro. Asimismo, es necesario tener claro que prestar ayuda no es hacerles las cosas por ellos/as, sino enseñarles a hacer las cosas por sí solos/as.

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Por otra parte, todos tenemos secretos. Y aunque en nuestro rol de padres vaya implícito el vigilar la libertad de nuestros/as hijos/as, hemos de respetar su intimidad y su pequeña parcela de vida privada.

A medida que crezcan tendrán más secretos. Esto es natural, lógico y hasta saludable.No podemos actuar como inquisidores rebuscando entre sus cosas, leyendo su diario o presionándoles para que nos lo cuenten absolutamente todo.

En cambio, sí podemos ganarnos su confianza haciéndoles saber que pueden contarnos cualquier cosa, que siempre estaremos con ellos/as y que les apoyaremos y querremos incondicionalmente, incluso cuando se equivoquen.

No compartir

Tenemos la manía de obligar a los/as niños/as a compartir todo, en cualquier momento y con cualquier persona. Enseñarles a ser generosos y compartir es importante, pero nunca debemos obligarles y mucho menos quitarles aquello con lo que están jugando para que jueguen otros, porque entonces les estaremos enseñando a quitar, no a compartir.

juguetes de exterior

Todos los seres humanos tenemos sentido de la propiedad. ¿Qué harías tú si un desconocido se te acercara por la calle y te pidiera las llaves de tu coche o de tu casa? ¿Quieres que tu hijo o hija sea así de sumiso/a el día de mañana?

Mancharse y ensuciar

Con la excusa de que se van a manchar y a ensuciarlo todo les prohibimos comer solos, dibujar o pintar en casa, saltar en los charcos, jugar con barro, coger arena, ayudarnos en la cocina, manipular plastilina, jugar con pegamento, usar purpurina, hacer manualidades, usar tizas, rotuladores o témperas dentro de casa… y así todo un largo etcétera.

Este tipo de sobreprotección no ayuda a que se desarrollen debidamente y les impide ser autónomos. Las manchas se pueden lavar, la autoestima no.

Todas esas «actividades tan sucias» ayudan a nuestros hijos e hijas a desarrollar sus destrezas manuales, su capacidad motora, su área cognitiva, su creatividad y su imaginación.

Hablar con extraños

Instruimos a los/as niños/as desde muy pequeños para que nunca hablen con extraños. Pero ¿y si se un día dependen de ellos? Ser precavido no es lo mismo que ser desconfiado.

Se pueden dar muchas situaciones en las que dependamos de la generosidad de los extraños. Si se pierden, por ejemplo, deberían saber a qué tipo de desconocido deberían acercarse para pedir ayuda, y a quién no.

Nos relacionamos con desconocidos más de una docena de veces al día cada día de nuestras vidas. De hecho, a diario dependemos de un montón de extraños en los que depositamos nuestra confianza sin conocerles de absolutamente nada.

Es mucho más lógico, coherente y saludable enseñar a nuestros/as hijos/as en qué situaciones deben huir de según qué clase de extraño y en cuáles solicitar la ayuda de cierto tipo de persona (otras mamás con niños a su alrededor, abuelas, policías y bomberos, cajeras de supermercado, etc.).

Castigarles por ser niños/as

Esta es una de las prohibiciones más comunes y, por desgracia, una de las más injustas. Y es que, a diario, regañamos y castigamos a los/as niños/as por ser niños/as.

Los/as niños/as hacen ruido. Y corren, saltan, chillan y ríen con fuerza. Se hacen notar, hacen trastadas y travesuras, tienen rabietas y desobedecen. También son nerviosos, se equivocan, manchan y ensucian. ¡Pues claro que sí! ¡Son niños/as, no cactus! Así es como ellos/as son felices.

20M, Día Internacional de la Felicidad: 20 cosas que hacen felices a l@s niñ@s

Enseñarles a comportarse en cada lugar es importante, pero no podemos pretender que se estén callados y quietos durante una hora en una tienda sin darles nada más que hacer, por ejemplo.

Somos nosotros quienes nos estamos equivocando en según qué circunstancias al negarles su naturaleza. Al fin y al cabo, como dice el pediatra de mi hijo: «un niño o una niña con cardenales en las piernas, es un/a niño/a feliz».

 

La entrada Prohibido prohibir: educación, autoridad y límites se publicó primero en Una Mamá Novata.


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