Quienes nos seguís habitualmente ya sabéis que nuestros peluditos son un miembro más de la familia (bueno, tres miembros más, para ser exactos). Y también sé que Siete es un personajillo que os cae particularmente bien. Es un gato siamés recogido de la calle. Su historia es una historia de lucha, supervivencia y superación. Pero también es una historia de denuncia contra el abandono y el maltrato animal.
Siempre que comparto en Instagram (@unamamanovata) alguna de sus trastadas, me preguntáis a qué se debe su nombre. Os resulta un apodo simpático, original y curioso. 🙂 El caso es que hasta ahora nunca lo he explicado debidamente porque hablar de su nombre implica contar su historia. Y no es una historia bonita, por más que tenga un final feliz…
Pero bueno, como es verano y con la llegada de la época de vacaciones muchos peluditos acaban abandonados a su suerte en calles o campos en los que ya no saben sobrevivir sin la compañía humana, creo que es importante que Siete comparta su historia con vosotrxs porque, quién sabe, igual consigue inspirar a alguien. 🙂
Siete, una historia de superación y de concienciación contra el abandono animal
Nosotros ya convivíamos con nuestra Golden Retriever Chlôe y nuestra (también recogida de la calle) gata Noah, que es una siamesa “tabby point” (una forma pija de llamar a los siameses mestizos, vaya) cuando un día que Miguel me manda por whatsapp la foto de un gatito minúsculo y sucísimo que se había encontrado en la rueda de su coche a la salida del gimnasio… Y yo pensé: “¿por qué me haces esto, eh?”.
El encuentro
Cuando alguien nos pregunta cómo o dónde encontramos a Siete, nosotros siempre contestamos que fue él quien nos encontró a nosotros…
Pero el caso es que era una locura tratar de meter un solo ser vivo más en nuestro por entonces minúsculo piso (en el que ya nos faltaba espacio y aún no había nacido el peque), y nosotros lo sabíamos. Así que en lugar de traérselo a casa de golpe, Miguel se quedó allí esperando a que apareciese la madre del infeliz felino, por si este se había extraviado (lo sé, todo muy absurdo, porque estaba claro que no había madre alguna cerca y el minino tenía porquería de una semana en lo alto). El caso es que a los dos nos daba tanto apuro dejarle allí tirado como llevárnoslo.
Total, que Miguel ese día comió en la calle. Os lo creáis o no, se compró un bocadillo y se lo comió sentado en el bordillo de la calle, haciéndole compañía a ese gatito (que más bien parecía una ratita de lo feo y escuchimizado que estaba). Me imagino que rezando a todos los santos para que apareciese alguien por allí que lo acogiera… o le diera referencias. XD Todo de lo más absurdo, lo sé. Hasta que yo, harta de esperar, decidí plantarme allí con un transportín para gatos por si acaso lo necesitaba… (Vale, dispuesta a necesitarlo, lo confieso). ¡Es que todo era surrealista!
En seguida concluímos que lo habían abandonado. El gatito (según los vecinos) había aparecido literalmente de la noche a la mañana llorando de hambre y de frío en un solar medio abandonado donde otros gatos callejeros acudían para que los vecinos les dieran de comer.
Me imagino que la persona responsable de su abandono tenía una conciencia de “manga ancha”, que decimos en mi pueblo, y había conseguido autoconvencerse de que allí iba a estar bien… (me gustaría que se hubiera intentado visualizar a sí misma en la misma situación).
Pero claro, una pandilla de gatos callejeros hostiles y muertos de hambre no son, lo que se dice, una familia de acogida de lo más amorosa y responsable del mundo, ni están muy dispuestos a dejarle su porción de comida a un gatito minúsculo, desconocido y enfermo que además todavía no tenía ni dientes para masticar… Total, que el pobre mío a esas alturas estaba medio muerto de hambre.
Además el chiquitín temblaba (de miedo y/o de frío) y se movía muy poco (y con mucha torpeza). No había parado de llorar en toda la noche, pero cada vez tenía menos fuerzas para hacerlo, y estaba tan sucio que tan solo podíamos adivinar que era un siamés… Todavía tenía las orejas pegadas a la cabeza y una terrible infección en los ojos que no le dejaba abrirlos.
A quien le gustan los animales sabe bien que el primer paso para quedarse con uno es que te de penita o te parezca “mono”, gracioso, etc. Lo siguiente que viene es una frase encabezada por “¿y si…?” como la que dijimos nosotros: “¿y si nos lo llevamos a casa y mañana lo llevamos a un refugio?”.
La llegada a casa
Total, que medio día después hicimos lo que sabíamos que íbamos a hacer desde el primer momento. Somos una calamidad, sí. En cuanto llegué a casa llamé a nuestra veterinaria y le expliqué la situación, para que me diera instrucciones. También pedí cita para él a la mañana siguiente (se ve que no me fiaba yo mucho de que en el refugio le fueran a tratar tan bien como yo… bueno, a esas alturas a mí ya se me había olvidado que existían hasta los refugios).
Lo primero que hicimos fue acondicionar un lugar de la casa en exclusiva para él, al que no tuvieran acceso nuestros otros animales hasta que estuviéramos seguros de que el gato no tenía nada contagioso (la famosa, y a menudo olvidada, pero tan importante “cuarentena”), que resultó ser el cuarto de baño pequeño.
Más concretamente, la ducha con mampara de cristal corrida. Allí le pusimos una mantita y un cajón de arena en el extremo opuesto. También paté para gatos (que parecía ser lo único que podía comer porque no tenía dientes) y un cuenco con agua (no pongáis leche de vaca a los gatos, es un mito: en realidad la lactosa les puede provocar una gastroenteritis y mandarles para el otro barrio).
Un siamés de pura raza… abandonado por no ser apto para la venta
Una vez hubo comido y descansado un poco, le bañe con agua templada y el calefactor puesto. Se portó muy bien (o no tenía ni fuerzas para moverse y protestar, que sería lo más probable). Le sequé a la perfección y le limpié los ojos con manzanilla.
Las pulgas seguían saltando de aquí para allá por su lomo alegremente, pero al menos ya se veía que claramente que era un precioso siamés… con la cola rota a la altura de la penúltima vértebra (algo que por lo visto es habitual en los siameses y se llama “nudo en la cola”). Es decir: un siamés no apto para la venta. O lo que es lo mismo: un siamés abandonado.
Así lo concluímos nosotros a posteriori hablando con la veterinaria, que no era el primer caso así que se encontraba. Es operable, pero la intervención no es práctica: se realiza cuando el gato ya es adulto (no tiene sentido intervenir cuando aún está en pleno desarrollo), precisa varias operaciones que son dolorosas para el gato y costosas para su cuidador.
Una actuación que no merece la pena ya que es un problema meramente estético, ya que no afecta a la salud del gato ni a su equilibrio. Pero claro, quien los compra no quiere llevarse el gato “de la cola torcida” y a su cuidador le resulta caro alimentarle para nada. Además, en muchos casos es un problema en el parto… Pero en otros resulta congénito y puede transmitirse de generación en generación, por lo que las personas que comercian con seres vivos no pueden venderlos ni les resulta rentable quedárselos para la cría. Pero no era lo único que le sucedía.
También tenía parte del intestino asomando por el ano (parásitos intestinales), calvas en el pelaje, desnutrición, problemas de equilibrio e infección en las orejas. Era un cuadro de gato, vaya. No le faltaba un perejil… Pero ahí estaba, pasando su primera noche en nuestra casa a gusto y tranquilo. Se mostraba confiado y sumiso y estaba siempre ronroneando, que es como definen la felicidad los gatos.
Y le pusimos Siete sin pensárnoslo mucho. Porque nos lo habíamos encontrado medio muerto, así que creímos que ya había gastado hasta la última de sus 7 vidas de gato y esta era la última que le quedaba. Si salía de esta…
Un mal pronóstico
Al día siguiente lo llevamos al veterinario. Fue imposible calcular su edad, debido al mal estado en el que estaba. La desnutrición le hacía estar raquítico y era probable que tuviera retraso en el desarrollo. Pero aún así la veterinaria le echaba entre 3 semanas y un mes y medio de vida.
Solo deciros que ni siquiera ella apostaba porque nuestro gato fuera a sobrevivir. Le hizo pruebas de todo tipo, porque por el aspecto que tenía era un firme candidato a la leucemia felina. Tenía pulgas y no sé cuántos bichos más por fuera (que fueron fáciles de erradicar con la pipeta de desparasitación externa). Pero el análisis de las heces rebeló 3 tipos diferentes de parásitos intestinales. Entre ellos, la solitaria.
La cuarentena más larga de la historia…
Estaba resultando realmente difícil sacarle adelante. Siempre estaba cansado y no cogía peso ni se desarrollaba. Era tan pequeño que cabía en el bolsillo de una camisa y cuando se enroscaba, cabía en la palma de la mano. No tengo ninguna foto de aquellos días, porque perdí la que me mandó Miguel cuando lo encontró y no llegué a sacarle ninguna durante aquellos días. Porque, claro, “no nos lo íbamos a quedar”. ¡Qué ilusos! XD
Pero sí tengo una foto del día en que despegó por fin los ojos (que no sabemos si los tenía pegados por ser un bebé o por la infección tan grande que tenía, igual que las orejas) y vimos que eran azules y con una especie de velo blanco o cataratas como consecuencia de la infección aguda que había tenido (y que habíamos estado tratándole con unas gotitas especiales, igual que también tuvimos que hacer con las orejitas). Como podéis ver, no levantaba los cuartos traseros del suelo ni para jugar con una pelota… No tenía apenas fuerzas, tono muscular ni coordinación.
Y allí estábamos, cuidando a un gato que ni siquiera sabíamos si iba a sobrevivir, quedaría con secuelas (no podíamos precisar si había perdido visión o no como consecuencia de la infección ocular porque estaba en tan mal estado que sus movimientos podían ser torpes por el retraso evolutivo, pero tenía cicatrices en las pupilas) o si precisaría cuidados de por vida porque el test de la leucemia estaba por llegar…
El resultado del test de Leucemia felina
Los resultados Dieron negativo. Menos mal, ¡que alegría nos llevamos ese día! Fue como un rayito de esperanza, como una señal… A esas alturas aún no nos habíamos dado cuenta de que Siete era nuestro gato, de que lo había sido desde el principio.
Todavía nos engañábamos a nosotros mismos pensando que aún no podíamos buscarle dueño estando en tal estado, pero si conseguíamos sacarle adelante, le encontraríamos un buen hogar…
Pero todavía no podíamos cantar victoria. La desparasitación no estaba funcionando. Siete estaba literalmente invadido de gusanos por dentro y no estaba ganando peso ni aumentando su tamaño. Más bien parecía que cada vez estaba más y más consumido.
La solitaria le estaba matando
Aunque el gatito parecía estar mejor, no crecía ni cogía fuerza. Tenía el estómago siempre hinchado y no tenía energía. Cuando intentábamos jugar con él a la pelota, en seguida se cansaba y se quedaba dormido. La solitaria le estaba consumiendo.
La solitaria es un parásito jodido de combatir, aún con las pastillas de desparasitación interna, porque por la noche desova cerca del ano y sus “hijas” (minúsculas lombrices de color blanco) salen alegremente del trasero y se quedan en el pelo del animal, en la mantita donde duerme, etc. (Por eso tenía parte del intestino salido hacia fuera). Como además los gatos se lavan a sí mismos, vuelven a ingerirlas y el ciclo es eterno…
Para evitar el ciclo de contagio, desinfectábamos el cuarto de baño. Durante ese momento había que trasladarle al otro cuarto de baño y después, cuando el primero estaba limpio, desinfectábamos el segundo… Y así TODOS LOS DÍAS. Durante más de 40 días.
Estábamos exhaustos. Nosotros y el gato. Era la cuarentena más larga de la historia. Los gusanos le seguían saliendo vivitos y coleando cada noche por el ano como si su intestino fuera una máquina de hacer espaguettis (súper desagradable, no sé como pude con aquello… en serio, daban ganas de vomitar). Pero al final tuvo su recompensa.
Una mañana nos llamó nuestra veterinaria, que seguía muy de cerca la no evolución de su pequeño paciente (una santa, porque incluso nos dejó de cobrar su asistencia médica ya que el gato llevaba más dinero gastado en lo alto que yo en todo mi fondo de armario): “oye, pasaos por aquí, que he dado con una pastilla nueva y más potente, que creo que puede funcionar…”
¡Y otro viajecito al pueblo! (Súper fan de los veterinarios de pueblo. Son lo más. Lo mismo les da curar a un gato que a una cabra, les gusta realmente su trabajo y se desviven por sus pacientes). Llegamos desesperados, le dio la pastilla… Y aquella noche, por primera vez en casi dos meses… Comenzó a expulsar las lombrices muertas.
Siete había vencido a la solitaria.
La convivencia
“Muy bien, ahora ya podemos abrir la mampara y dejar abierta la puerta del cuarto de baño”. Y así lo hicimos. Y no pasó nada.
Siete era como uno de esos canarios que a fuerza de estar enjaulados sufren agorafobia severa. Su primer contacto con el mundo había sido hostil. Había pasado miedo, frío y hambre. Sus congéneres le habían rechazado por ser débil y estaba amedrentado… En cambio su apartamento improvisado en el suelo del plato de ducha se le antojaba reconfortante y acogedor. No había manera de que saliera de él si no era para estar encima nuestro.
Chlôe y Noah no ayudaban. Chlôe porque pasa de todo. Si dejábamos a Siete encima de ella, ahí lo dejaba ella también (más que nada porque nuestra perra parece pensar que cualquier tipo de movimiento innecesario supone una pérdida de energía injustificable), pero poco más.
Noah es harina de otro costal… También había sido recogida de la calle, pero ella no lo había pasado mal en absoluto. Nos la dieron sus propios dueños, ya que su gata había parido en el jardín y no podían quedarse tantos mininos. Como consecuencia nuestra gata parece pensar que la jodimos la vida tan alegre y salvaje que llevaba hasta que la trajimos a casa, y lo más amable que te dedica es un bufido bajito cuando te consiente pasar cerca de ella.
No me entendáis mal, es una gata buena, se porta bien y nunca ha arañado ni atacado a nadie. No da problemas ni trabajo alguno porque se pasa el día entero escondida y solo sale a comer y beber. Es simplemente que le gusta mantener las distancias. Con todo el mundo. Sin excepción. Pero después vas a cogerla y se deja (un poquito) aunque antes te haya bufado. Le gusta causar sensación de hostil, pero es buena gente.
Pero bueno, el caso es que no había manera de conseguir que Siete saliera para nada de su lugar de aislamiento. Ni mucho menos que socializara un poco con los demás habitantes de la casa. Porque, ¿adivináis qué?:
Los animales abandonados tienen secuelas psicológicas
Como cualquier otro ser humano. El hombre tiende a creerse el centro del universo y por eso le cuesta empatizar con el resto de seres vivos. Pero en el fondo, los animales (sí, hola que tal, todos somos animales; también los que sabemos escribir y por supuesto también los que sabéis leer) no nos diferenciamos tanto en lo básico. Todos precisamos comer y beber, un lugar seguro donde dormir y un hábitat adecuado para nuestra familia. Las necesidades básicas son comunes a todos y, como os contaba hace tiempo en este post en Instagram, las necesidades básicas no solo son físicas…
Bueno, ese rasgo de su carácter le ha quedado de por vida. Es un gato cariñoso hasta un grado extremo. Necesita dormir cerca de nosotros (si puede ser encima, mejor) y saludar por las mañanas con caricias. Sufre ansiedad por separación y se vuelve loco si no puede estar en la mis habitación. Busca el contacto hasta de los desconocidos y la gente flipa con él cuando ven que le llevamos al veterinario en brazos, con correa y arnés, y se porta tan bien… En realidad solo nosotros sabemos que sería incapaz de escaparse y abandonarnos. Él ya sabe lo que es sentirse perdido y desorientado, tener miedo y hambre y ser rechazado. Las secuelas del abandono son un tatuaje permanente en su piel de gato.
En estos casos hay que actuar con mucha empatía, paciencia, tolerancia y cariño. Nunca forzar nada. La posible hostilidad que podrían haber sentido nuestros otros peluditos se vio en seguid mitigada por el hecho de que aquella bola de pelo apenas se movía en su presencia. Vamos, que ni pestañeaba. Cuando Noah se acercaba a tantearle se convertía en una estatua de sal: no se atrevía ni a girar el cuello para mirarla. Y cuando era nuestra gigantesca perra de más de 30 kgs quien le olfateaba… Se hacía el muerto, en serio. Si no fuera porque era evidente lo mucho que sufría, hubiera resultado hasta gracioso…
Resumiendo, tras la cuarentena más larga de la historia llegó la terapia social y afectiva más intensa del universo. Su primera incursión al exterior real (que pudiera considerarse como tal porque saliera solo del baño y no volviera corriendo asustado), se resume en 10 minutos de espectador de escena (escondido y en estado de semi pánico) y dos horas de siesta debido al agotamiento por estrés. XD
Esta foto fue del momento en que por fin salió de su escondite y no volvió nunca más a él (literalmente, hasta tuvimos que cambiarle la bandeja de arena al otro baño porque allí no quiso volver a entrar jamás). Yo creo que se le nota el palizón por el esfuerzo que hizo, y que solo se vio capaz de hacerlo porque quería estar con nosotros (y no allí solo, en el cuarto de baño).
Como podéis ver escogió nuestra cama como lugar para dormir. Con nosotros en ella. De hecho se colocó justo en el medio, a la altura de nuestras piernas (primero lo intento en nuestro cuello, pero cuando vio que no le dejábamos allí se quedó, a medio camino entre nuestras cabezas y nuestros pies, que era donde realmente queríamos nosotros que se pusiera si tenía que estar encima de la cama). ¡Y ese sigue siendo su lugar hasta el día de hoy! XD
Un superviviente nato… convertido en kamikace
El instinto de supervivencia de los animales es increíble… Menos el de Siete. En serio, aquella bola de pelo minúscula (ya no tenía calvas en el pelaje) que se movía como un mono (es que andaba rarísimo, a medio camino entre el trote y el galope y medio de costado) hizo que todos nuestros amigos comenzaran a llamarle Amedio (como el de la serie de Marco).
Cada vez que saltaba corría riesgo de romperse la crisma, porque no calculaba nunca las distancias y siempre caía al suelo en picado. Pero tenía más moral que el Alcoyano, y volvía a intentarlo una y otra vez… Rompiendo todo lo que estaba a su paso (un desastre y una ruina de gato).
No tenía modelo de referencia. Le habían destetado muy pronto y Noah no quería saber nada de él. Nuestra perra le toleraba y le dejaba saltar encima de ella, tirarla del pelo, cazarle la cola y morderle las orejas, pero parecía no estar dispuesta a enseñarle nada más que el arte de la relajación…
Si acababas de cocinar, allá que iba él a saltar justo encima del fuego encendido (tratamiento por patas quemadas); si echabas lejía allá que iba él a chuparla (tratamiento con morfina y otras cosas); si te dejabas la olla abierta, se bañaba en las lentejas; si abrías una puerta, él metía la patita en el quicio y había que tener cuidado para no rompérsela… Hasta se trago una pelota que ni le cabía en la boca (un misterio, en serio: la veterinaria flipó con su radiografía) y hubo que operarle.
Así que tuvimos que adaptar toda la casa como si tuviéramos un bebé. Topes de puertas, dispositivos de seguridad en cajones, mosquiteras (también tenía el síndrome del gato paracaidista: se lanzaba sin pensar al vacío si veía un pájaro cruzar la ventana), etc.
Y le encontramos un hogar
El gato era un coñazo, honestamente. Tenía ansiedad por separación y no podíamos ver ni la tele tranquilos porque se ponía a saltar para que le echáramos cuenta… estresaba a nuestros otros peluditos y nos estresaba a nosotros y ya nos había costado más dinero que un caballo. Además, tras meses de convivencia había que ir pensando en castrarlo porque comenzaba a marcar su territorio… Así que comenzamos la búsqueda activa de un hogar para él.
Y sí, le encontramos dueño. El hijo de una pareja de amigos nuestros, al que conocíamos, vivía con su novia y querían adoptar un segundo gato para que su minina no estuviera sola cuando ellos se iban a trabajar.
Eran perfectos. Jóvenes pero responsables, con la casa adaptada a la convivencia felina y experiencia con gatos. Dispuestos a hacerse carga de un gato feo y medio loco, estresante y estresado, que necesitaba terapia afectiva y aún tenía en curso varios tratamientos que eran costosos…
Y nos lo quedamos nosotros. jajajaja Pues sí. Es que nos tenía hartos pero también nos hacía reír y se hacía querer. Aún hoy en día es el miembro más divertido y cariñoso de nuestro hogar. Y el gato más sociable del mundo. No se aleja de nosotros cuando estamos malos, nos lame con su lengua de lija las manos hasta el punto de irritarnos la piel (hay amores que matan) y si nos desvelamos por la noche él se levanta y nos acompaña a cualquier parte. Cae bien a todo el mundo sin excepción y muchas personas desde entonces nos han preguntado si se lo pueden llevar a casa cuando vienen de visita y el gato se les acopla en el regazo y se pasan un par de horas acariciándolo. XD
Cuando nació mi hijo el cambio en él fue brutal. Nada de celos, no. Más bien maduró de golpe. Comprendió en seguida que esa personita era importante para nosotros y dejó de dar la lata. Se volvió mucho más tranquilo y se convirtió en su guardián y en su compañero de juegos. Desde entonces son inseparables.
Tan inseparables, que incluso en el momento del baño es imposible que Siete no le acompañe y vigile…
Siete es un gato sumiso y confiado, que nunca ha sacado las uñas y al que jamás le hemos escuchado bufar. Aguanta estoicamente tirones de pelo, rabo, bigotes y orejas; pisotones, persecuciones y objetos voladores. Es paciente con el niño y siempre se mantiene fiel, cerca de él.
Y ahora regresemos por un momento al lugar donde le conocimos. Visualicemos de nuevo a ese gatito del tamaño de un ratón, feo y escuálido. Sucio, muerto de hambre, de frio y de miedo. Imaginemos que las cosas hubieran sucedido de forma diferente. Que Miguel no hubiera ido ese día al gimnasio o que Siete no se hubiera escondido en su coche. O que sí se hubiera metido en su rueda pero no hubiera llorado para hacer notar su presencia…
El abandono es una forma de maltrato
Nuestro gato Siete está viviendo la última de sus vidas de forma serena y feliz, en el seno de una familia que le quiere, le protege y le cuida. Pero muchos otros animales no tienen esa suerte. Y no nos podemos hacer siempre cargo de ellos los mismos…
Los animales son seres vivos de tremenda belleza. Nos brindan algunas de las mejores y más grandes lecciones de vida y son un ejemplo a seguir para el ser humano en muchísimos aspectos. Pero todavía nos cuesta aprender de ellos.
El ser humano se cree el centro del Universo, por eso le cuesta empatizar con otras especies y compartir el planeta con ellas. Pero como animales racionales y evolucionados que somos (o deberíamos ser) debemos dar ejemplo. Es nuestro deber y nuestra obligación cuidar de ellos y respetarles.
Un perro no es una herramienta de trabajo ni de caza. Un gato no es un peluche. Un roedor no es un juguete. Un pájaro no es un adorno de salón y una especie exótica no es una atracción de feria. Son seres vivos y tienen derechos. No se merecen que les cosifiquemos.
Los animales viven y mueren, respiran, sangran, procrean, sienten dolor y sufrimiento. Son capaces de sentir una amplia gama de sentimientos y emociones: pena y alegría, estrés y diversión, serenidad y desorientación, ira y placidez, amor… Lo que ellos no son capaces de sentir, y nosotros sí, es odio. Sienten lealtad, pero cuando se les maltrata sustituyen el odio por el miedo. ¿De verdad queremos ser percibidos de esa manera por otras especies?
Si tenéis un animal en casa del que ya no podéis haceros cargo, la primera opción debería ser siempre contactar con amigos y familiares, con personas cercanas y/o de confianza para saber si pueden y quieren hacerse cargo de ellos. También podéis poner un anuncio en internet o anunciarlo en vuestras redes sociales.
Su lugar no es la calle. El campo tampoco. Las personas somos responsables de nuestras mascotas. No van a sobrevivir sin nosotros, la mayoría pasará muchas calamidades hasta acabar bajo las ruedas de un coche o morirán enfermos y solos. Hasta que llegue ese terrible final sufrirán mucho y vivirán en un estado permanente de miedo. Aseguraos que vuestra separación tiene un final feliz: hay muchos organismos que pueden hacerse cargo de ellos. Nadie os va a juzgar por estar haciéndolo bien.
Si os encontráis un animal abandonado y/o herido en la calle, no paséis de largo. De la misma forma que no dejaríais nunca a una persona morir en la calle, no dejéis que lo haga un animal. Llamad a una protectora o a una casa de acogida (a una perrera municipal no, a no ser que exista una ley autonómica que impida el sacrificio de animales, ya que en muchas por falta de espacio…) o llevadle vosotros mismos (cuidado al acercaros o si intentáis ponerle una correa o meterlo en un coche en el caso de gatos, perros o animales grandes porque un animal herido o muerto de miedo podría intentar defenderse y causar daño incluso sin intención de hacerlo).
Tener un animal conlleva una enorme responsabilidad. Es excesiva para que la asuma un niño pequeño y por ellos la decisión de adoptar o comprar debe tomarla siempre un adulto responsable tras un periodo de reflexión y nunca fruto de un capricho. Debemos pensar en vacaciones, alergias, estilo de vida, clima, hábitat, miembros de la familia, tipo de casa y posibilidades económicas antes de aventurarnos a decir sí o elegir una especie.
Si aún estáis dispuestos, plantearos la adopción en primer lugar. La adopción de animales casi siempre es mejor que su compra. Y si decidís comprar (porque os gusta mucho una especie o raza concreta) siempre es mejor hacerlo a través de un criador profesional y autorizado.
Los criadores suelen ser personas que aman las razas que crían y cuidan. Sus animales cuestan más no solo porque tengan pedigrí, sino porque su carácter y genética están prácticamente garantizadas. Un buen criador no os intentará agobiar ni os vendería nunca un animal que no es para vosotros. Dejaros asesorar para no arrepentiros después de vuestra decisión. Conozco muchos dueños de perro que escogieron su raza por cuestiones estéticas y no son después capaces de educar o convivir con el animal.
Las tiendas de animales son negocios. No digo que en todas suceda lo mismo, pero en muchos casos sus animales son de dudosa procedencia (en ocasiones aceptan crías regaladas de particulares sin mayores referencias), viven desde cachorros enjaulados o metidos en cajas de cristal (eso deja sus secuelas psicológicas en los animales que pasan más tiempo en ellas) y las hembras destinadas a procrear para estos comercios están en muchos casos sobreexplotadas en el parto y la crianza de cachorros. Además, la mutilación animal que sufren muchas razas destinadas a este tipo de comercios está tipificada como delito desde 2017.
Por último nunca deis por hecho que el abandono y el maltrato animal no se puede revertir. La clave está en la educación. Si enseñamos a nuestrxs hijxs (convivan o no con animales) que un animal precisa cuidados y merece respeto, que ningún animal es malo y su instinto lo dicta la naturaleza, si en lugar de a zoológicos les llevamos a parques naturales, si les inculcamos desde pequeños que un animal no es una sorpresa de cumpleaños ni un regalo de reyes; que hay que cuidarles, quererles y esterilizarles. Si les explicamos que el maltrato es un comportamiento inaceptable y un delito, y que el abandono no es una opción; estaremos concienciando a las generaciones venideras, que son aquellas que tienen el poder de cambiar el mundo.
La entrada La historia de Siete, nuestro gato siamés (y de su nombre): una historia de superación se publicó primero en Una Mamá Novata.