Últimamente se ha puesto de moda hablar de apego y codependencia emocional, asociando a ambas cosas connotaciones negativas. No obstante, donde existe una relación afectiva (sentimental, amistosa o del tipo que sea) existe apego, porque existe un vínculo.
El apego no es necesariamente algo malo, siempre que sea un tipo de apego sano. Pero existen otros tipos de apego insano, que causan mucho dolor y sufrimiento.
La construcción del apego
El apego se construye durante la infancia. Es precisamente el tipo de apego que cultivamos con nuestros/as hijos/as el que constituye toda la base de su personalidad emocional.
Es decir: el apego que tenemos con nuestros/as peques determina el tipo de relaciones afectivas que tendrán ellos/as en el futuro, así como su éxito o fracaso sentimental.
Todo comienza en la infancia. Todos/as nacemos con una predisposición natural al bienestar, pero dependiendo de nuestras experiencias, nuestro entorno, nuestra personalidad y el cuidado de nuestros progenitores, lograremos o no adquirir los recursos emocionales y cognitivos adecuados para ser felices.
Si el vínculo que establecemos con nuestros progenitores es sano, crecemos con confianza y seguridad en nosotros/as mismos/as, sin carencias afectivas y sabiendo establecer relaciones interpersonales sólidas y saludables.
Si, por el contrario, el vínculo no es saludable, esto puede provocarnos miedo al abandono o desconfianza, inseguridad o inmadurez emocional, etc. Y si estas emociones se cultivan de forma permanente, el malestar se convierte en norma.
Todo comienza en la infancia
El periodo de vida comprendido entre los 0 y los 6 años es el más importante para la construcción del universo emocional de un ser humano. En concreto, los 2 primeros años de vida de un bebé son determinantes. Es cuando se establecen los patrones de apego entre él y sus cuidadores.
Durante este periodo de tiempo, si al menos uno de los progenitores es capaz de responder adecuadamente a las necesidades del/de la pequeño/a, tendrá más probabilidades de lograr un desarrollo emocional sano.
En cambio si no hay proximidad, contacto ni nutrientes afectivos, los únicos sentimientos que el/la pequeño/a asociará a partir de ese momento a las relaciones personales serán angustia, soledad, miedo, inseguridad, recelo, desconfianza, etc.
La infancia nos marca
Es decir, los efectos de nuestra crianza (óptima o deficitaria) los sufrimos en la edad adulta e influyen en el desarrollo de nuestra personalidad y en nuestras relaciones. John Bowlby (autor de la teoría del apego) escribió estas conclusiones en un artículo de los años 50 titulado Cuidado maternal y salud mental.
El ser humano puede experimentar varios tipos de apego (que se clasifican de diferente manera y reciben distintos nombres según sus autores) que, básicamente, se clasifican en apego afectivo seguro o sano (el único que favorece un desarrollo emocional saludable) y apego inseguro o insano.
Todos ellos afectan, de forma positiva o negativa, a las relaciones personales y/o afectivas que tenemos en la edad adulta. El apego que desarrollamos con nuestros/as peques determina su futura respuesta emocional.
Tipos de apego
La psicología del desarrollo y las ciencias del comportamiento nos explica que todos/as tenemos determinados patrones de conducta que reproducimos una y otra vez en nuestras relaciones afectivas. Incluso el tipo de pareja que buscamos no es, en absoluto, casual. Todo está determinado por nuestro bagaje y nuestra construcción emocional.
El apego seguro
Cuando el bebé se siente amado, seguro y tranquilo, bien atendido y a salvo con sus progenitores, estos son sensibles a sus necesidades, las atienden debidamente y la interacción y vinculación familiar y emocional es fuerte y afectiva, se construye un apego seguro.
Este es el único saludable de todos los distintos tipos de apego. En este caso los/as niños/as crecen siendo felices, alegres, cariñosos y sociables. Tienen un buen nivel de autoestima y confianza en sí mismos y sus capacidades. Todo esto es así porque se sienten seguros y validados emocionalmente, ya que cuentan con el apoyo y la referencia de sus padres/madres.
Como consecuencia, de adultos/as son personas seguras de sí mismas, sin carencias emocionales y sus relaciones son equilibradas: valoran su independencia y a la vez establecen relaciones cercanas, fuertes, estables, duraderas y felices. Tienen una visión positiva de sí mismos, no temen la soledad y esto les ayuda a buscar parejas afectivas con las que construir vínculos seguros y significativos.
El apego inseguro
Existen 3 tipos de apego inseguro: el evitativo, el ansioso y el ambivalente (que algunos autores denominan «desorganizado»). Todos ellos son fruto de una inadecuada crianza a nivel, sobre todo, afectivo.
Cuando los niños/as son maltratados o ignorados o, por el contrario, sobreprotegidos y dominados, sus necesidades afectivas desatendidas o no resueltas debidamente se producen este tipo de comportamientos emocionales.
El apego evitativo
En este caso los/as niños/as aprenden que no pueden contar con sus padres/madres, los cuales no atienden sus necesidades. Estos no atienden sus necesidades o no lo hacen adecuadamente, no hay una correcta interacción afectiva entre padres/madres e hijos/as, etc.
Como un pensamiento así es una constante fuente de sufrimiento, el/la niño/a aprende a evitar la relación personal con sus progenitores, a no compartir sus emociones con ellos/as y no avisarles de sus necesidades. Como consecuencia, este tipo de actitud será la predominante en su vida adulta.
Estos/as niños/as crecen con un amor deficiente, pobre o inexistente. Se sienten poco valorados/as, por lo que tienen una autoestima baja y asocian las relaciones a dolor, por lo que concluyen que lo mejor es evitar toda relación de intimidad, para no resultar herido/a o decepcionado/a.
Como adultos/as, pasarán toda posibilidad de relación por el filtro de la desconfianza. Su respuesta emocional inmediata a la hora de establecer relaciones o ante la posibilidad de enamorarse, será el alejamiento.
Su tendencia innata como seres afectados a nivel afectivo, será entender cualquier tipo de contacto emocional como una fuente de dolor y desilusión que es mejor evitar para lograr mantenerse a salvo.
El apego ansioso
En estos casos, los/as hijos/as tienen un vínculo inconsistente con sus padres/madres, que no atienden debidamente sus necesidades, lo que les genera inseguridad y necesidad de obtener un mayor afecto y atención.
Estos/as niño/as desarrollan una tremenda codependencia emocional que se manifiesta, en ocasiones, en ser sumamente complacientes o en todo lo contrario: dramáticos en exceso para llamar toda la atención posible.
Los niños y las niñas con este tipo de apego actúan de forma pasiva-agresiva y se sienten inseguros frente al amor. La experiencia les ha enseñado que no pueden confiar en las personas que aman o en las que dicen quererles a ellos/as y, aunque traten de fingir desinterés hacia ellas, están siempre sedientos de atención y cariño.
Como adultos/as, tienden a mostrar una actitud ansiosa y asfixiar con sus demandas a sus parejas, que nunca son lo suficientemente buenas, les dan el suficiente cariño o les demuestran adecuadamente su amor (bajo su punto de vista distorsionado).
Nunca alcanzan la seguridad y confianza necesaria para lograr el bienestar en pareja y acaban malogrando en muchas ocasiones sus relaciones. Es un tipo de apego especialmente desgastante para ambas partes en una relación.
El apego ambivalente
Cuando el comportamiento de los progenitores es incoherente (unas veces responden de forma adecuada y otras rechazan, ignoran o no atienden satisfactoriamente al/a la niño/a), esto genera confusión en los/as pequeños/as, provocando que ellos/as mismos/as deseen a veces buscarles y otras evitarles.
El apego ambivalente se manifiesta como la suma de los comportamientos descritos en los otros dos tipos de apego inseguros: los/as pequeños/as criados así a veces evitan y otras ansían el cariño. Su respuesta a una relación afectiva no siempre es la misma o alternan ambos tipos de conducta dentro de una misma relación emocional.
Estos/as niños/as se convierten en adultos/as que sufren ansiedad en sus relaciones afectivas, porque no saben qué tipo de respuesta dar ni qué pueden esperar de sus relaciones afectivas.
Esto hace que a menudo se comporten de forma recelosa y desconfiada, actúen con terquedad o rabia. Este tipo de apego no es el más frecuente, pero sí el más destructivo y el que produce unos efectos más dañinos a largo plazo. También es el más difícil de corregir y el que mayor trabajo de terapia precisa.
Aunque no todas las personas se limitan a perpetuar los mismos patrones afectivos que reciben en su infancia, sí es frecuente que estos determinen en mayor o menor grado nuestra conducta como adultos.
Sin embargo, el propio John Bowlby señaló en su momento que la psique humana tiende a la recuperación. En otras palabras, una infancia traumática no tiene por qué determinar una vida de infelicidad. Más allá de los tipos de apego en los que fuimos criados, está nuestra capacidad de cambio y de resiliencia.
La entrada ¿Qué tipo de apego tienes con tus hijos/as? Así es como les marca nuestra relación afectiva con ellos/as se publicó primero en Una Mamá Novata.