El mindfulness es una técnica de meditación relacionada con la consciencia y la atención plena. Una herramienta muy útil relacionada con el control de las emociones, que nos ayuda a evitar el estrés y a estar más serenas, más centradas, a disfrutar y a mantener el equilibrio.
El mindfulness como herramienta para mamás
Quizás te suenen las siguientes frases: “No tengo tiempo para nada”, “Me cuesta conciliar”, “Se me acumula el trabajo”, “Tengo la cabeza en otra parte”, “No llego a todo”, “Me falta ayuda”, “Tengo demasiado estrés”…
La etapa de embarazo y la crianza suponen muchos cambios: físicos, psicológicos, de horarios, rutinas, hábitos de vida, etc. Además, cuidar a un bebé requiere una dedicación constante que a veces nos provoca un desgaste considerable. En ocasiones, tirar con todo hacia delante se convierte en un auténtico desafío que puede llegar a desbordarnos y provocarnos momentos de estrés.
El nuevo miembro de la familia necesita atención y cuidados constantes y requiere todo nuestro tiempo y energía. El trabajo, la casa, la pareja, la vida social… e incluso el autocuidado. A veces todo se agolpa y nos sentimos saturadas. Muchas veces no nos damos cuenta, pero actuamos mecánicamente, en modo “piloto automático” y así vamos dejando pasar los días…
Lo cierto es que ser padres es hoy día una realidad compleja, cuesta conciliar y, sobre todo en el caso de las mamás, seguir adelante con todo sin prescindir de nada: trabajo, familia…
El mayor reto entonces es saber encontrar el equilibrio para gestionar los conflictos cotidianos sin perder los nervios y transmitir a nuestros hijos e hijas las herramientas necesarias para que nuestra situación tampoco les contagie el estrés.
Hoy os voy a hablar de una técnica de relajación y enfoque con la que entré en contacto hace poco y me está ayudando muchísimo, como madre y persona: el mindfulness es una técnica de meditación fruto de la fusión entre el pensamiento oriental y el frenético ritmo de vida occidental.
Es una práctica que requiere algo de entrenamiento, pero ninguna capacidad o habilidad específica. Todas somos capaces de ponerla en práctica y llevarla a cabo. En el caso concreto de las madres, es muy positivo aplicarla desde el embarazo, pero se puede introducir en nuestras vidas a partir de cualquier momento.
Se trata de una actividad enfocada al cuidado de la salud física y emocional que no se practica como una actividad con espacio y tiempo determinada (como el yoga) sino que se compagina con nuestras actividades diarias de modo que no supone una carga extra.
Se trata de aprender a saber parar para pensar, sentir y meditar sobre nuestras acciones antes de entrar en “piloto automático” y no saber o no poder tomar las decisiones más acertadas porque nos desborde la situación o el estrés acumulado. Algo similar al famoso “tiempo fuera positivo” de la disciplina positiva.
La maternidad consciente supone prestar atención real, escucha activa a las necesidades de nuestros pequeños y pequeñas, y a las nuestras propias, para no actuar de forma automática, sino responsable y verdaderamente consciente. Es por ello que ambos conceptos casan a la perfección.
El mindfulness entrena nuestra mente para conseguir ser más conscientes y vivir más enfocadas y menos estresadas. Así nos ayuda a crear un estado de consciencia en el que tomar decisiones de forma serena no es tan complicado. Nos ayuda a sopesar los argumentos respetando y atendiendo las necesidades de nuestro pequeño, sin sacrificar las propias.
El objetivo es aprender a prestar atención de manera consciente a nuestros pensamientos y sentimientos. Detectar e identificar las emociones, observarlas objetivamente para poder gestionarlas, y así evitar que nos desborden.
La clave del mindfulness está precisamente en que esta observación interna y externa desde la perspectiva de un “observador neutral” para que nuestras emociones subjetivas no distorsionen la realidad, nos generen un estado alterado de consciencia y nos acaben saturando.
De esta forma, evitamos reaccionar ante las experiencias en modo “piloto automático”, sino de manera totalmente consciente. Nos ayuda a focalizar la atención y vivir la experiencia de la maternidad con aceptación, paciencia, serenidad y felicidad, cuidando y siendo plenamente conscientes de nuestra actitud ante ella.
Cómo poner en práctica una maternidad mindfulness
¡El atractivo de esta técnica reside en que no nos va a ocupar tiempo extra ni sobrecargar con otra actividad nuestro, ya de por sí, ajetreado día a día! Tengas o no hijos, seas madre trabajadora o cuidadora, puedes llevarlo a cabo y te va ayudar a tener una vida mucho más serena y plena.
Pero en concreto, desde el punto de vista de la maternidad, el mindfulness nos permite a vivir el embarazo, la crianza y la maternidad en general desde otra perspectiva: explorando la experiencia, tomando conciencia de los cambios que conlleva, de su efecto en nuestro estado de ánimo, etc. Todo esto nos permite responder mejor a los desafíos de la crianza.
Esta atención plena es también buena para nuestros hijos e hijas. Existen cada vez más estudios científicos que relacionan nuestro bienestar con el de nuestros bebés. Por otra parte, nuestras habilidades para tranquilizarnos y reducir el estrés les dan ejemplo y, a medida que crecen, contribuyen en la mejora de sus destrezas para gestionar sus emociones y calmarse cuando están molestos.
Para introducir el mindfulness en nuestra vida familiar cotidiana debemos empezar por nosotras mismas. ¡Si nosotras no estamos bien, no podemos hacer que esté bien nadie a nuestro alrededor! Una buena mamá es, ante todo, una mamá feliz.
Empezaremos por aprovechar los momentos de silencio que tengamos al día para dedicar unos minutos a escucharnos a nosotras mismas. El objetivo es ser conscientes de cómo está nuestro cuerpo y nuestra mente. También debemos plantearnos: ¿cómo respondemos normalmente a las demandas de nuestros hijos?, ¿con el piloto automático o de forma consciente?
Otros ejercicios de mindfulness que podemos plantearnos (¡y no nos restan tiempo en nuestro día a día como madres!) es conectar con nosotras mismas mientras nos estamos duchando, prestando atención a las impresiones que transcurren durante este proceso: qué olor tiene el jabón, cuáles son las sensaciones que provoca el agua al caer sobre el cuerpo y cuál es su temperatura. Esto nos ofrece la posibilidad de desconectar durante unos minutos, relajarnos y reconectar con nuestra mente y emociones.
Asimismo, cuando salimos de casa (porque trabajamos fuera o debemos hacer recados o actividades fuera de ella), en lugar de hacer el trayecto hasta el trabajo, el colegio o el supermercado en “piloto automático”, podemos fijarnos en nuestro alrededor, mirando bien y atentamente las escenas, los colores, las formas, escuchando los sonidos, notando nuestro cuerpo…
Cuando hacemos tareas de casa nos podemos centrar en el olor o color de los productos de limpieza, el olor y la textura de los ingredientes que utilizamos al preparar la comida, el tacto… Al dormir o ayudar a dormir a nuestros hijos percibimos las respiraciones, el tacto de las sábanas en la piel, el contacto piel con piel con el otro ser humano, etc. Si damos un paseo en familia, podemos percibir la caricia del viento en nuestra piel, los olores de la calle o el campo, los sonidos a nuestro alrededor o los colores del cielo…
La idea es contactar con nuestro “aquí y ahora” a través de las sensaciones. Sensaciones que nos relajan y nos resultan reconfortantes, que nos permiten aligerar los pensamientos de nuestra mente para aliviar su carga y estrés. Cuanto más serenas nos encontremos, más capaces de no perder el control de las situaciones seremos.
En nuestra sociedad actual se da demasiada importancia al pensamiento. Pero las sensaciones que percibimos físicamente nos ayudan a conectar con nuestro cuerpo. Y cuerpo y mente van, al fin y al cabo, irremediablemente unidos. A veces nos resulta más fácil desestresarnos si hacemos ejercicio, meditación o algún deporte físico. En ocasiones dar un paseo o tomar una ducha evita una discusión o un estallido emocional.
La idea es ir ampliando estas prácticas a los diferentes momentos cotidianos, cuando sea posible, para ejercitar nuestra capacidad de estar presentes en nuestra vida. Y no sentir, por el contrario, que esta nos arrastra y no podemos parar.
También podemos practicar ejercicios de respiración, parar y contar hasta 10 cuando nos sintamos a punto de estallar antes de responder o actuar, aprender a estirarnos o bostezar para relajar el cuerpo y desconectar la mente… En definitiva, esta disciplina trata de estar concentrado en el presente.
No se trata de no pensar en absoluto, sino de dar un espacio a cada cosa. Posponer los momentos de reflexión a aquellos instantes del día en los que estemos realmente relajadas y dispuestas a concentrarnos en las mejores soluciones. De esta forma, el resto de hábitos cotidianos también tendrán su espacio y podremos centrarnos adecuadamente en cada aspecto de nuestras vidas.
Durante todo el día, continuamente se dan situaciones con nuestros hijos que tenemos que atender, entender y resolver. Si enfrentamos estos conflictos cotidianos estando atentas a lo que ocurre en la interacción que tenemos con ellos, seremos capaces de permanecer concentradas en la actividad concreta que nos ocupa y resolverla de una manera más amable y menos estresada, como cuando jugamos con nuestros hijos como si no existiera el tiempo o como cuando abrazamos a nuestro bebé y nos centramos tan solo en sentir su cuerpo contra el nuestro e inhalar su olor…
Aprovechar las rutinas diarias o momentos del día a día en los que debemos atender las necesidades de nuestros pequeños en un buen comienzo para transformar la rutina diaria en un instante de conexión con ellos, en lugar de un molesto hábito que nos vemos obligados a cumplir. Uno de ellos, por ejemplo, es el momento del baño de nuestro bebé. Otro, la hora del cuento o del sueño.
Al repetir constantemente este tipo de prácticas, se va entrenando al cerebro para que de forma natural se pronuncie la habilidad de ser más conscientes, estar más concentradas, más atentas y más serenas. Esto nos permitirá responder al reto de la maternidad, las nuevas responsabilidades, la organización de tareas, la logística familiar, las demandas de nuestros hijos, nuestras necesidades… de forma más tranquila y adecuada.
Cultivar el mindfulness y aplicarlo en la crianza de nuestros hijos, significa prestar atención plena para conectar con ellos y pasar tiempo de calidad a su lado. La capacidad de prestar atención la tenemos todos, y podemos entrenarla de formas muy diversas. Las caricias, los besos y los abrazos que se producen a lo largo del día contribuyen positivamente a nuestro bienestar, al desarrollo de los pequeños y a fortalecer el vínculo entre padres e hijos.
Y a medida que ellos crecen , nuestro ejemplo les servirá para alcanzar también ellos una mayor estabilidad afectiva y desarrollar su inteligencia emocional. Esencialmente, el mindfulness provee a toda la familia de una herramienta que les sirve para identificar sus emociones y saber cómo manifestarlas y gestionarlas adecuadamente. También incrementa su estado de felicidad, de comunicación, de tranquilidad y fortalece los lazos familiares.
En definitiva, practicar mindfulness ayuda a las mamás (¡y los papás!) a estar conectados con lo que hay, con lo que es. No con lo que fue o con lo que nos gustaría, sino con las madres y los padres que somos en realidad y con los hijos que tenemos, sean como sean. Nos ayuda a enfocarnos en las experiencias reales y así poder tener más calma, sosiego y libertad.
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