Ser madre es maravilloso, pero también es muy duro en ocasiones. Porque claro, somos humanas pero al mismo tiempo tenemos que dar ejemplo. Todas tenemos nuestros defectillos y, sobre todo, nuestras manías… ¿Queréis saber qué cosas me sirven a mí de desahogo? ¿Qué cosas hago cuando nadie mira? Las cosas que hago cuando nadie está mirando son…
Beber Coca-Cola
La zero-zero no. La light no. La otra. La de toda la vida. La que sabe a gloria bien fresquita. Vale, igual no es que sea un súper secreto inconfesable. Siento decepcionaros (la cosa se pone mejor después), pero las bebidas azucaradas y gaseosas no es que sean muy saludables y no me gusta que el peque me vea tomándolas.
Por eso aprovecho cuando él no está en casa o cuando está dormido para tomarme mi cocacolita con hielo y limón. Como Dios manda. Es lo único que me despeja y me da gasolina para seguir tirando. Es que no puedo tomar café, me sienta fatal. Y no me gusta el té, así que este es mi vicio. Y tiene que ser Coca-Cola. Pepsi no. No me sabe igual, que queréis que os diga.
Y sí, engorda un montón. Así que no toméis ejemplo. Ser adicta a la Coca-Cola es un fastidio.
Ponerme morada de crema de cacao y avellanas
Me da igual que sea Nocilla, Nutella o la de Mercadona. Todas están ricas. Intento no excederme y tomar solo un poquito de vez en cuando, pero igualmente evito que sea delante del peque. En su presencia se desayuna y se merienda fruta, yogur, pan, queso y todo ese tipo de cosas sanas que no requieren que te escondas detrás de la puerta de la cocina para darte un atracón en secreto.
No sabría deciros por qué me gustan tanto este tipo de cremas, porque yo no soy nada de dulces ni de chocolate ni nada de eso… Será que me saben y huelen a infancia.
Y sí, esta es otra cosa que engorda mogollón…
Decir palabrotas
Madres. Las hay que se esconden para comer chocolate. Yo para decir palabrotas. Bueno, no es que me esconda (no me entran las ganas y corro hacia el cuarto de baño para desahogarme, eso sería nivel de locura máximo…), sino más bien que me reprimo en presencia del peque y me suelto la melena cuando estoy sola.
A ver, no es que yo sea una súper cabreona de la leche. No me gusta faltarle el respeto a nadie. No los empleo como arma lingüística ni nada de eso… Es simplemente que encuentro que los tacos aumentan mi capacidad de expresión. Porque vamos a ver, seamos sinceros: una putada no es un “fastidio”. No, es una PUTADA. “¡Joder!” no es “¡córcholis!”, y por desgracia hay más gilip*llas que pánfilos en el mundo.
Hay veces en las que te tienes que morder la lengua para no soltar algo inapropiado delante de l@s peques, pero esas veces en las que estás a solas y te das el gustazo de decir lo que piensas justo como te llega a la punta de la lengua. Ay, esas veces…
Arrancarme las uñas rotas
Así, a lo bestia. Sin anestesia. Es que generalmente reparo en ellas cuando me tumbo o me siento a descansar un poco (esto sucede durante 5 minutos en todo el día). En ese momento en que te descalzas, te acomodas, encuentras la postura en el sofá, te reclinas un poquito… y zas, te ves la uña rota. Es una minúscula grieta en un lateral, pero sabes que la vas a perder irremediablemente.
Seguramente te la has partido cuando has agarrado al niño de la manga del jersey para evitar que cruzara la calle antes que tú… O cuando has salido corriendo detrás de la perra esta mañana y has tenido que tirar con todas tus fuerzas de su collar para evitar que se echara encima de un macho de lo más atractivo… O recogiendo juguetes…
Como sea. El caso es que te la ves justo en ese momento. Y te molesta. Tu cerebro ha registrado esa imagen y ya no la puedes descartar sin más. No te puedes olvidar de ella. Tu uña rota te molesta. Mucho. Porque aunque no te la quieres mirar, sabes que está ahí. Y NO TE DEJA DESCANSAR.
Sabes que si te levantas y te la cortas ahora evitarás un desastre doloroso porque esos piquitos de uña son de los que se enganchan con un jersey y te dejan el dedo en carne viva… Pero es que, córcholis, te acabas justo de sentar y no te apetece nada levantarte, cruzar el pasillo, caminar hasta el cuarto de baño, buscar las tijeras (que vete tú a saber si las encuentras porque las tienes que tener escondidas para que el peque no las vea y le haga flecos a las toallas o suceda alguna desgracia peor), cortarte la uña y después plantearte igualar todas las demás…
Uf, demasiado. Así que miro a ver si nadie me mira y… Tiro de ella y listo. Una asquerosidad, sí lo sé. Sorry. Pero he cogido ya tanta práctica que me queda rectita y todo, y no se me decapan. ¡Y no es nada fácil, eh! Hay que coger práctica. Que yo me hacía cada escabechina cuando empecé…
Bueno, pues ya sabéis un poquito más de mí. Estos son mis vicios inconfesables. Esos a los que no renuncio porque me alivian, me desahogan y me hacen la vida más fácil. ¿Os animáis a contar los vuestros?
La entrada Cosas que hago cuando nadie mira… se publicó primero en Una Mamá Novata.